
La ampliación del horizonte político que supuso el gran imperio conquistado por Alejandro trajo consigo dos elementos que, como habitualmente se indica, determinaron la decadencia de la filosofía griega: por un lado la separación del individuo de lo que hasta ese momento había sido su ámbito político y existencial: la Polis. Ahora el individuo ya no se siente inmerso en una comunidad próxima a su circunstancia vital, comunidad autónoma en relación a las demás y en donde el ciudadano de la época clásica podía encontrar el marco básico para su desarrollo personal. Esta falta de raigambre en la ciudad se reflejará por ejemplo en varios aspectos de la filosofía helenística: la superación del provincialismo mediante la reivindicación del mundo entero como patria (cosmopolitismo) que encontramos en los estoicos, y la creencia de que la felicidad del individuo no coincide necesariamente con el bien del Estado y la comunidad en su conjunto. Las soluciones éticas ya no son soluciones políticas como en Platón y Aristóteles, sino soluciones que comprometen a cada uno en particular. Este individualismo que claramente se observa en el epicureísmo está muy lejos de los ideales morales y políticos de la época clásica.
En segundo lugar, el imperio supuso que la cultura griega superase los límites de la nación griega, provocando la helenización de otras tierras y culturas y, a la vez, la entrada en el mundo griego de elementos orientales, lo que afectó también a la propia filosofía. Parte de la teología estoica y particularmente sus creencias en la adivinación y la astrología son en gran medida consecuencia de esta orientalización de la cultura griega.
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